Hace unos días que WhatsApp daba marcha atrás, quitando el pago que sus clientes debían pagar para descargar y usar este servicio de mensajería instantánea que ahora pertenece a Facebook. Al mismo tiempo, constantemente aparecen advertencias de internautas advirtiendo de que pronto pasaría a ser de pago, informaciones totalmente falsas y profecías que no se cumplirán.
¿Y cómo se sostienen económicamente este tipo de plataformas que ofrecen sus servicios de forma gratuita? ¿Cómo Google, que además de la venta de hardware, tiene su actividad central en torno a los servicios online como su buscador o su correo electrónico o el almacenamiento en la nube, ha conseguido ser la firma tecnológica de mayor valor bursátil del momento? O ¿por qué Facebook decidió pagar por WhatsApp la cantidad de 19.000 millones de dólares, siendo esta una de las mayores compras de la historia? La respuesta es simple: estos servicios, gratuitos, se pagan realmente con los datos que el internauta ofrece al servicio.
Así, por ejemplo, para la red social creada por el joven emprendedor Mark Zuckerberg, el hecho de contar en su haber con los usuarios de WhatsApp le hace llegar a más información de los ciudadanos. Hasta esa adquisición, Facebook solo contaba con algunas de las conversaciones de los ciudadanos. Uniendo el servicio de mensajería instantánea a sus activos, puede recolectar más datos de los usuarios. Esto supone que la empresa creada por Zuckerberg cuenta con una enorme base de datos de usuarios, lo que hará tenga más información que ofrecer a futuros vendedores. Las redes sociales son plataformas que cada vez van creciendo más como base para publicitarse frente a los consumidores. El punto fuerte de estas es la gran cantidad de información que manejan de los usuarios, dando la oportunidad al vendedor de conocer mejor el perfil del usuario y de poder así, ofrecer una publicidad mucho más dirigida que pueda convencer mejor al cliente.
Desde WhatsApp, sus responsables se comprometen a no enviar publicidad directa a los smartphones de sus usuarios. Sin embargo, recordemos, cuando Facebook pagó 19.000 millones de dólares por la empresa de mensajería, explicaba el periodista Vladimir Garay , colaborador de la ONG ‘Derechos Digitales’, “a menudo olvidamos que los servicios web rara vez son gratuitos ymuchas veces los pagamos con nuestros datos personales, es decir, con nuestra privacidad”, como recogió en ese momento ChannelBiz en un análisis de porqué Mark Zuckerberg había pagado una cantidad tan alta por WhatsApp.
También tenemos el ejemplo de las aplicaciones que descargamos en nuestros móviles y que en su gran mayoría son gratuitas, aunque detrás tengan mucho trabajo desarrollado. Si alguna vez has leído las condiciones para su descarga, recordarás que siempre piden acceso a datos guardados en el teléfono (GPS para obtener la información de la localización, fotos o contactos, entre otros) que no siempre parecen útiles. Los desarrolladores de esas apps necesitan monetizarse, algo que pueden conseguir vendiendo la información privada que el usuario regala.
Y, si no va a enviar publicidad directa al servicio de WhatsApp, ¿para qué sirve esa información recopilada de los usuarios? `Pues para crear un perfil de los consumidores, conocer mejor al cliente y poder ir perfilando la que será la publicidad del futuro, mucho más directa y personalizada.
En un futuro, con las novedades tecnológicas, el conocimiento que empresas y también gobiernos podrán tener de los ciudadanos podrá ser aún mayor. No olvidemos que vamos camino de contar con ciudades inteligentes, hogares conectados y coches capaces de conocer el entorno de les rodea. Los dispositivos del día a día precisarán de nuestra información privada, tendrán que conocer nuestras rutinas para poder ser ‘dispositivos inteligentes’.
En América Latina este tema también ha afectado de forma considerable. Como recordó hace unas semanas un reportaje realizado por SiliconWeek, durante el pasado año, hubo varios escándalos que salpicaron a los gobiernos latinos por espiar a los ciudadanos sin su consentimiento ni conocimiento.
Muchos ciudadanos, cuando conocen lo que sucede con sus datos, alegan que les da igual “porque no tienen nada que ocultar”. Sin embargo, los activistas que quieren trabajar por la protección de los datos de los usuarios, responden que esa no es razón para dejar que se invada nuestra privacidad por parte de gobiernos y de empresas.
No es solo eso. Al no estar encriptados los datos, los hackers podrían acceder más fácilmente a esas informaciones eternamente guardadas en gigantes centros de datos, muchos de ellos situados en Estados Unidos donde la normativa de privacidad es más relajada que en otros lugares, como por ejemplo, Europa. No olvidemos aquel caso de Sony Pictures, la productora, de la que se consiguieron desvelar mails privados entre directivos donde, entre otros asuntos, se criticaba a grandes estrellas de Hollywood con las que la empresa trabaja como Angelina Jolie, desprestigiando a la empresa. O el caso de Ashley Madison, la red social para infieles, a la que unos atacantes consiguieron entrar a sus sistemas y publicar un PDF con todos aquellos infieles registrados de todo el mundo. Ese documento aún circula por la web.
En una conferencia ofrecida en Madrid en un encuentro de TedEx por Marta Peirano, experta en criptografía, y titulada “¿Por qué me vigilan si no soy nadie?“, explica la ponente que “Infravaloramos la cantidad de información que producimos al día” y también el “poder de esa información”, al igual que pensar que quien puede tener acceso a nuestra información son entes muy lejanos y ajenos pero no es así.
Creamos información con los móviles, los ordenadores, a través de los radares de las carreteras, los chips de identificación personal (abono transporte, tarjeta de puntos de un supermercado, cédula de información, tarjetas de crédito y débito…), a través de las cámaras ubicadas en la calle y en edificios para nuestra seguridad… En un futuro cercano crearemos muchísima más información cuando las ciudades inteligentes, el hogar conectado y los automóviles autónomos en los que las empresas están trabajando.
Hay aplicaciones, servicios de correo, navegadores o incluso teléfonos que vienen encriptados o cifrados, lo que se traduce a que están codificadas las informaciones para que el acceso por parte de terceros sea más complicado. Es decir, que codifican la información de archivos o de un mensaje para que no pueda ser descifrado en caso de ser interceptado por alguien mientras esta información viaja por la Red.
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