Según las previsiones del Fondo Monetario Internacional (FMI), la caída de las economías en América Latina, excluyendo Venezuela por su particular situación política, rondarán entre el 5% y el 7% en 2020. México lidera la lista de países con mayor caída del PIB (-6.6%), seguida de Ecuador (-6.2%), Argentina (-5.7%) y Brasil (-5.3%).
El confinamiento de la población durante semanas, o meses en muchos países ya, y su repercusión en el cese de prácticamente toda actividad no esencial, ha provocado una crisis social y económica que se ve reflejada en las previsiones del FMI detalladas con toda claridad en las gráficas anteriores.
No es una crisis comparable a cualquiera que podamos haber sufrido en el pasado reciente porque nunca antes se habían dado estas circunstancias a nivel global: cierre de fronteras, suspensión de todos los negocios no esenciales, restricciones a la movilidad. Parece claro que estamos en un escenario totalmente nuevo y que debemos enfocarlo con una nueva visión.
Quizás, la única similitud con otras crisis previas, es la máxima de que sólo sobrevive el que se adapta, y sólo sale fortalecido el que mejor se adapta. Esta transformación debe considerar dos puntos: actuar ahora y prepararse para el futuro.
Siendo esta una pandemia global, todos los países han tenido que lidiar con ella; sin embargo, las consecuencias no han sido las mismas para todos. Algunos líderes han sabido tomar las medidas oportunas (ya sean populares o impopulares) a tiempo, mitigando el impacto socioeconómico en sus países y ganando la admiración internacional por una excelente gestión. Otros, por el contrario, han fallado. Si estos errores o aciertos van a tener repercusiones políticas lo dirán las urnas cuando convenga.
Lo que sí parece seguro es que las entidades que fallen en la gestión de la crisis “ahora”, sufrirán las consecuencias, no sólo económicas reflejadas en su balance de cuentas, sino de riesgo reputacional, que es más difícil de superar.
Hoy, la demanda en el sector financiero pide:
Aplicar con celeridad medidas que remedien los puntos anteriores será la mejor forma de adaptarnos al nuevo medio.
No está claro todavía si ésta va a ser una crisis en forma de “V” o de “U”, si la recuperación será rápida o, como ocurrió en 2008, lenta y larga.
Cuanto más tiempo la actividad económica siga paralizada, más se va a dañar, y más difícil será la recuperación. Dos elementos van a dictaminar este paro: El control de los contagios y la vacuna contra el virus.
Teniendo en cuenta la evolución de contagios en países como China, origen de la pandemia, y algunos europeos, donde ya se empiezan a suavizar medidas de confinamiento, habilitando la vuelta al trabajo para ciertos sectores comerciales, pudiéramos pensar que la recuperación va a ser rápida, en forma de
“V”. Así mismo, los esperanzadores resultados en los test de vacunas por parte de algunas farmacéuticas ya se han visto reflejados en las bolsas de todo el mundo con notables subidas. Las previsiones de crecimiento para el 2021 del cuadro con datos del FMI también parecen augurar una recuperación relativamente rápida.
Esta falta de certidumbre, sobre cuando es necesario prepararse para la vuelta al crédito, es la gran quimera que impide a las entidades financieras planear con una visión a mediano plazo.
Es cierto que sin saber el cuándo, no pueden hacer el qué, ni el cómo, pero también es cierto que, con las herramientas adecuadas, herramientas transversales y agnósticas a la etapa del ciclo bancario, van a tener la flexibilidad que les permita adaptarse más rápido a los cambios que se vayan produciendo, y eso es una ventaja competitiva que mitiga la falta de certidumbre.
Esa es la inversión que se debe hacer ahora, y que permite estar preparado para lo que viene, cuando venga.
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