En la carrera hacia una transición energética efectiva resulta interesante ver cómo es que en la medida que el mundo vive fenómenos naturales más intensos y destructivos, con sequías que favorecen monstruosos incendios forestales o tormentas con inundaciones apocalípticas, los ecos del Acuerdo de París nos recuerdan que es necesario tomar medidas para evitar que la temperatura del planeta no aumente más de 1.5°C para el año 2050.
Para lograrlo, un paso fundamental es la descarbonización de todos los procesos productivos que tenemos en el planeta y para ello es necesario continuar trabajando en la evolución de las fuentes energéticas para que sus emisiones se reduzcan a cero lo más pronto posible.
En Siemens hemos podido identificar tres principales sectores que deben trabajar en su descarbonización para lograr una verdadera transición energética: el sector de la construcción, el transporte y la industria. Y para ello es indispensable identificar en qué etapa nos encontramos de camino hacia un futuro libre de emisiones.
Durante el proceso de transición, muchos han cambiado la forma en que se transportan, con vehículos eléctricos, o la manera en que cocinan o calientan el agua, sustituyendo los tradicionales equipos de gas natural y LP por modernas estufas y calentadores que son conectados a la corriente. Sin embargo, y a pesar de que existe interés en que cada vez más gente migre a estos nuevos sistemas, se prevé que en México el uso de la energía fósil continúe hasta el año 2060 siempre y cuando también avance la innovación tecnológica en la generación limpia de electricidad.[1]
Por otra parte, el sector de la construcción y operación de edificios continúa siendo responsable de alrededor del 38% de las emisiones de CO2, según estimaciones de la ONU. Una situación que no ha variado mucho en los últimos años, lo que hace necesario replantear la forma en que se construye y se diseñan los edificios.
En este contexto, la necesidad de acelerar la electrificación se torna difícil a pesar de su urgencia, ya que a medida en que la mayoría migre de una fuente de energía a otra, existe un cuello de botella generado por una mayor demanda de electricidad que todavía no cuenta con la tecnología suficiente para ser producida al 100% a partir de fuentes limpias.
Es aquí donde deben prevalecer las medidas inteligentes en lo que podemos lograr esta transición, ya que no es posible esperar a que exista la tecnología suficiente para contar con electricidad sin emisiones. En lugar de sentarnos a esperar “a ver qué pasa”, lo ideal es aplicar soluciones que permitan reducir las emisiones en lo que se da la transición hacia la electrificación plena de la mayoría de nuestros esquemas de producción y trabajo.
Una opción que está cobrando fuerza es la adopción de tecnologías que nos ayuden a gestionar una red de distribución de energía o “recursos energéticos distribuidos” (DER por sus siglas en inglés) ya que a través de estas es posible administrar “detrás del medidor” la forma en que se maneja y distribuye la energía utilizada en nuestras fuentes de trabajo, edificios o empresas.
En pocas palabras, es indispensable invertir en DER, que consiste en cualquier activo utilizado para generar, almacenar o distribuir energía que exista fuera de la red eléctrica central gestionada por servicios públicos. Estos pueden incluir activos como células fotovoltaicas para energía solar, turbinas eólicas y sistemas de baterías locales como los de los vehículos eléctricos. Pero a su vez es preponderante la inversión en programas de gestión para aprovechar al máximo el uso de estos recursos energéticos distribuidos.
Al impulsar la inversión en DER se puede dar un paso para que las empresas y los servicios públicos aprovechen fuentes alternativas de energía, a la vez que se trabaja en incrementar la resiliencia de la red y se transita al cumplimiento de los objetivos de sostenibilidad.
Acciones tan sencillas como la electrificación de un edificio, mediante la implementación de DER, puede ayudar a cambiar el panorama, ya que actualmente estas edificaciones representan el 40% de las emisiones globales anuales de gases de efecto invernadero, una cuarta parte de las cuales se producen durante su construcción[2].
A la adopción de DER para un edificio debe venir también la adquisición de soluciones de automatización, ya que de esta manera se mejora la eficiencia de este y genera ahorros de recursos que a la larga ayudarán a compensar la inversión inicial que muchos evitan hacer ante el temor de que no sea rentable o que a la larga termine por convertirse en una pérdida económica.
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