El intrincado camino hacia las baterías de carga inagotable

¿Qué es lo que decanta a los usuarios a la hora de decidirse por uno u otro dispositivo informático? Puede ser un atractivo diseño, con materiales de última generación, curvas sinuosas y estructura resistente al polvo, al agua y a los golpes varios; o quizás sus prestaciones gráficas que permiten acometer tareas profesionales, disfrutar de películas o sumergirse en el siempre apetecible mundo de los videojuegos. En otras ocasiones puede pesar más el nombre de la marca, o bien el sistema operativo utilizado con su (gran o pequeño) ecosistema de aplicaciones asociado, su capacidad de almacenamiento y sus posibilidades de expansión, la velocidad de procesador, los sistemas de conexión y, por supuesto, el precio final. Todos estos baremos entran en consideración cuando se hace una comparación para comprar un ordenador portátil, un smartphone o una tableta.

Pero hay otro más, el de la autonomía, que a veces se pasa por alto… porque no suele suponer una ventaja clara. Lejos quedan los tiempos con necesidades de consumo menos exigente en los que la carga de un móvil duraba días y días sin recurrir a la corriente eléctrica para revitalizarse y seguir dando guerra. El hecho de que las pantallas hayan evolucionado hacia resoluciones e iluminación de película, la inclusión de nuevas funcionalidades como las cámaras fotográficas de varios megapíxeles y los reproductores de pistas musicales o la conexión constante a Internet, entre otros motivos, están jugando una mala pasada a las posibilidades de movilidad real. La mayoría de los teléfonos inteligentes cuentan en la actualidad con las reservas suficientes para sobrevivir una jornada, obligando a sus propietarios a viajar con el cargador siempre a mano.

Además, y a pesar del salto a la tecnología de iones de litio, una característica común a todas las batería recargables, independientemente del dispositivo alimentado, es que la duración del funcionamiento de la misma disminuye con el tiempo. Superada una serie de ciclos de carga y descarga, su calidad merma hasta condenar a los aparatos que la contienen a la condición de gadgets de sobremesa (o casi) y es posible que se aconseje su sustitución. Aunque no todo está perdido. Durante los últimos años, tanto fabricantes de dispositivos como miembros de la comunidad científica han intensificado sus investigaciones en el campo de las baterías para buscar nuevos materiales o combinaciones más provechosas, profundizar en técnicas de construcción avanzadas y conseguir beneficios colaterales como rebajar los precios o respetar de paso, si se puede, el medio ambiente.

El  “súper supercapacitor”

Es el caso de los supercondensadores de grafeno a los que se está dedicando en cuerpo y alma el profesor de química inorgánica de la Universidad de California (UCLA) Richard Kaner. El que ya ha sido bautizado como material de las mil maravillas en diversas ocasiones por sus asombrosas capacidades, desde la conducción de electricidad y calor con mayor precisión que el silicio y el cobre, la resistencia espartana ante altas temperaturas mucho mejor que el diamante, la absorción de residuos radiactivos, la impermeabilidad y la autorreparación, también ofrece una habilidad innata para albergar grandes cantidades de energía y generar procesos de carga realmente veloces. Esto es, con las ventajas añadidas de la flexibilidad y la sostenibilidad, ya que al tratarse de una alotropía de carbono podría reemplazar sin mayores problemas a las baterías diseñadas con materiales tóxicos no degradables.

Se calcula que este producto, de materializarse, sería capaz de cargar un gadget de electrónica de consumo en un plazo de tan sólo 30 segundos y que éste no necesitaría volver a enchufarse durante todo el día. Aunque de momento el estudio de su viabilidad sigue en curso y lo máximo que ha conseguido Kaner junto a su compañero Maher El-Kady es idear una técnica de fabricación de supercodensadores a micro-escala utilizando una grabadora de DVD LightScribe que, eso sí, se pueden cargar y descargar cientos de veces más rápido que las baterías convencionales. Esta propuesta se une a la de otros dos centros universitarios californianos: Stanford, que habla de utilizar nanopartículas de cobre para alargar la vida de las baterías unas tres décadas, y la Universidad de Carolina del Sur (USC), que quiere suplir los ánodos de grafito con nanopartículas de silicio hasta multiplicar por tres la capacidad energética de los sistemas disponibles en el mercado.

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Mónica Tilves

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